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Vacuna anticovid motiva emoción y esperanza

por Claudia Longo (claudia.longo@lamegamedia.com)


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CLEVELAND, Ohio— El primer día que se abrió la nueva fase de vacunación para mayores de 40 años en Ohio logré, tras varios intentos, conseguir una cita para darme la primera dosis de la inyección anticovid en la mañana siguiente.

Inmediatamente luego de anotarme, recibí una confirmación con fecha, hora, locación y un código para mostrar al momento de ingresar al sitio de vacunación masiva.

Era el Centro Wolstein de la Universidad de Cleveland. Al llegar al área, no había forma de perderse. 

Muchos carteles, algunos luminosos, indicaban con flechas exactamente por donde se debía ingresar. 

Además, decenas de agentes de policía dispuestos a dar indicaciones se encontraban visibles en cada esquina del enorme edificio.

Fuimos dirigidos hacia uno de los dos estacionamientos gratuitos que están disponibles para quienes se apersonan al centro de vacunación; uno en la calle Carnegie, y el otro sobre la calle 21 East.

Luego de bajar del vehículo, siempre siguiendo las instrucciones de voluntarios y carteles indicativos, llegué a la entrada del Wolstein.

Voluntarios ubicados en mesas, cada uno con un computador, verifican que su nombre y fecha de nacimiento sean correctos. 

Luego por turnos, fuimos dirigidos hacia hileras de sillas disponibles para esperar el momento de ser inmunizados, un instante histórico e increíblemente emocionante para mí.

Mientras esperaba comencé un viaje en mi memoria, recordando que un día como hoy un año atrás, ya estábamos bajo una ordenanza de permanecer en casa, entre muchísima incertidumbre y temor por un virus desconocido que había aparecido sin aviso para alterar nuestras vidas. 

Dos oficiales interrumpieron mis pensamientos al acercarse para decir que mi turno era el siguiente. 

Luego de preguntas verificando mis datos y confirmando que no tenía ninguna condición de salud, me inyectaron mi primera dosis de la vacuna Pfizer e inmediatamente recibí una notificación con la cita para la segunda, 21 días después en el mismo lugar.

En el lapso de esos 15 minutos de espera, recomendados por las autoridades de salud para vigilar posibles efectos secundarios, observé la dinámica del lugar.

Todo estaba impecablemente ordenado gracias a la eficacia, literalmente militar, de los agentes de la Guardia Nacional y voluntarios. 

Uno de ellos recibía a cada persona con los brazos en alto y saludando con mucha energía: “¿Cómo están hoy?”

“ ¿Vienen por la vacuna?” 

“¡Pasen por aquí!” 

Algunos de sus compañeros, jocosamente, se referían a él como el soldado “saltarín” (the jumping soldier). 

Intenté absorber ese increíble acontecimiento que vivía y al voltear a mi alrededor no pude evitar observar a las personas sentadas a mi lado esperando pacientemente su turno.

Por encima de sus mascarillas, en sus ojos se reflejaba la esperanza de un mañana mejor.



 
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