Tan pronto sentimos las brisas del otoño, sabemos que se acercan los días festivos para reunirnos con familiares y amigos. El Día de Acción de Gracias marca el inicio de esta temporada cuando muchos de nosotros podremos tener tiempo de calidad con los seres amados.
Siempre celebrado el cuarto jueves de noviembre, recordando el histórico encuentro de 1621 en Plymouth, Maryland entre peregrinos e indígenas que dieron gracias por las cosechas de verano, este año la convivencia tradicional será el jueves 24 de noviembre.
Hoy día en cada hogar puertorriqueño esta cena es una de las más esperadas. Se planifica con anticipación y es una forma de involucrar a toda la familia, bien sea aportando, cocinando, decorando o sirviendo los alimentos.
Se percibe entusiasmo y crea el ambiente propicio para dar comienzo a la tan esperada época navideña.
A través de cada tertulia, cada abrazo, fotos, juegos y lo que se ofrece en la mesa, se crean recuerdos mientras nos reencontramos y conectamos lazos familiares perdurables.
En los días previos al festejo, se desbordan los supermercados en busca de los ingredientes necesarios para satisfacer el paladar de cada familiar e invitado, degustando platos que se preparan con amor.
Podemos crear dinámicas donde los adultos enseñen recetas a los más jóvenes, y de esta manera, se cultiva la costumbre para que –en el futuro– ellos continúen cocinando lo aprendido.
El detalle más valioso es que se involucran todos, a fin de compartir y agradecer el hecho de estar juntos.
Aunque estemos lejos de la isla, decoramos muy temprano nuestros hogares con temas navideños. Así como se planea la cena, también organizamos juegos. Uno de los preferidos es la típica mesa de dóminos. ¡Es el momento propicio para acercarnos, reír, recordar historias y disfrutar en familia!
En mi experiencia personal, para la década del 70 en casa éramos cuatro. A veces no teníamos pavo, lo que había para cenar era una gallina del patio asada. Sin embargo, era cuando mi abuelo se sentaba y me contaba sus vivencias, las cuales aún recuerdo.
Me decía que en sus tiempos no tenían nevera, pero utilizaban un proceso para mantener las carnes frescas con sal. También recuerdo percibir un ambiente espiritual.
En nuestra comunidad, cuando la familia se reunía era tiempo de conversación, respeto y calidad de vida.
Mi abuelo me contaba historias de cómo empezó a bregar con gallos, levantaban pitorro (aguardiente), la abuela lavaba ropa en el río y no usaban zapatos.
Luego de escucharlos en cada cena de Acción de Gracias, valoro aún más sus esfuerzos y sacrificios por mantener la familia unida.
¡No perdamos la esencia de la comunicación en el hogar!
Aún estamos a tiempo para transmitir lo que nosotros con humildad recibimos en cada reunión familiar, motivados para que esta generación entienda que tener valores, temor a Dios y fomentar la comunicación es esencial en la formación de hombres y mujeres exitosos.