Moscú, 6 dic (EFE).- Rusia, Bielorrusia y Ucrania, los tres firmantes del acuerdo de disolución de la URSS el 8 de diciembre de 1991, son 30 años después países que han elegido caminos distintos: los dos primeros desafían a Occidente y el tercero opta por la vía euroatlántica y se aleja cada vez más de sus vecinos autoritarios.
La concentración de tropas cerca de Ucrania, la tensión con la OTAN en sus fronteras, la anexión de la península ucraniana de Crimea, su apoyo a los separatistas prorrusos en el Donbás, la persecución de opositores, el supuesto envenenamiento de enemigos, o la utilización del gas como instrumento de presión son solo algunos de los desafíos que plantea la Rusia de Vladímir Putin a Occidente.
Su homólogo en Bielorrusia, el autoritario Alexandr Lukashenko, reta a las democracias transatlánticas con elecciones fraudulentas, la brutal represión de protestas pacíficas y ahora con una "guerra híbrida" contra la Unión Europea (UE) mediante el envío masivo de migrantes indocumentados a las fronteras exteriores de los Veintisiete.
TRES MENOS UNO: UCRANIA SE ALEJA
En el lado opuesto se encuentra Ucrania y su presidente, Volodímir Zelenski, rusoparlamente pero con un claro enfoque euroatlántico.
El antiguo cómico, que solo tenía 13 años cuando desapareció la URSS, reivindicó en agosto la "restauración de la independencia" de su país con respecto a la Unión Soviética.
Su prioridad es lograr que Ucrania entre en la UE y, sobre todo, cuanto antes en la OTAN, tal y como prometieron los aliados en 2008, para poder defenderse mejor de la amenaza rusa.
Si en 2008 el 51,1 % de los ucranianos consideraba prioritarias las relaciones con Rusia, ahora el 62 % apoyaría la adhesión a la UE y el 58 % el ingreso en la Alianza Atlántica, según el Centro Razumkov y el grupo sociológico Rating.
El giro de Ucrania hacia Occidente comenzó con la Revolución Naranja en 2004, nacida por las acusaciones de fraude electoral, y la llegada al poder del tándem Víctor Yúschenko, como presidente, y Yulia Timoshenko, como primera ministra.
Bajo la Presidencia de Víktor Yanukóvich el foco viró hacia Moscú hasta que estalló en el invierno de 2013-2014 la revolución del Maidán por la negativa de su Gobierno a firmar el Acuerdo de Asociación con la UE.
Poco después (marzo de 2014), Putin se anexionó la península ucraniana de Crimea y apoyó política y militarmente a los rebeldes prorrusos del Donbás.
Mientras la senda euroatlántica de Ucrania se vuelve cada vez más urgente para Zelenski, Putin teme que se haga realidad su mayor pesadilla: la entrada del país vecino en la OTAN y el emplazamiento de armamento aliado en su patio trasero.
LA CAÍDA DE LA URSS, UNA TRAGEDIA
El jefe del Kremlin no acepta que Ucrania se aleje cada vez más de lo que considera su zona de influencia.
Lo dejó claro en julio cuando escribía en un artículo que la verdadera soberanía de Ucrania solo será posible con Rusia, porque "son un mismo pueblo".
"Putin y Lukashenko creen que la caída de la URSS fue una tragedia para el pueblo soviético, pero el pueblo quería ser libre", señaló a Efe Stanislav Shushkévich, uno de los firmantes del Acuerdo de Bielovézhskaya Puscha como líder entonces de Bielorrusia.
Y es que Putin, en el poder desde el 2000, ha dicho que la caída de la URSS y su división en quince repúblicas fue una de las mayores catástrofes geopolíticas del siglo XX.
Por su parte, Lukashenko, diputado en el Sóviet Supremo bielorruso cuando se firmó la desintegración y antiguo jefe de una granja colectiva, la ha calificado de "colapso forzado".
Desde 1994 dirige un país con vestigios de la planificación económica soviética, pena de muerte y un servicio secreto de nombre KGB.
RECUPERAR LA INFLUENCIA
Para recuperar la influencia perdida en el espacio postsoviético Putin no ha rehuido la guerra en Ucrania ni en Georgia, que también quiere integrarse en la UE y la OTAN.
El reparto de pasaportes rusos en el Donbás o las regiones separatistas georgianas de Abjasia y Osetia del Sur le sirven de excusa para "defender sus derechos".
Además ha emplazado casi 2.000 tropas de pacificación en Nagorno Karabaj, al igual que hizo Rusia en los años 1990 en Osetia y la moldava Transnistria.
Sin olvidar su gran influencia sobre Bielorrusia, a cuyo régimen concede créditos y gas a un precio preferencial y con el que recientemente dio un paso hacia la integración económica.