Hace unos años, mientras trabajaba en un banco, una colega estadounidense se me acercó y en inglés me preguntó si yo era mexicano. Gentilmente le expliqué que soy puertorriqueño, a lo que ella reaccionó diciendo: “pero ustedes también hablan ‘mexican’, ¿verdad?”.
No sería justo juzgar sus comentarios, ya que estos no fueron por falta de inteligencia, sino producto del desconocimiento, malinterpretación y desinformación.
El Mes de la Herencia Hispana es un período oficial durante el que Estados Unidos reconoce el aporte y legado de la comunidad latina a esta nación.
De igual forma, es un buen momento para reflexionar desde una perspectiva “hispana”, analizando objetivamente el concepto de nuestra identidad, y como somos representados en esta celebración.
En los Estados Unidos se le considera hispano o latino a toda persona proveniente de países que hablan español al sur de su frontera.
Desde un punto de vista semántico, es un gentilicio burdamente generalizado que encapsula la diversidad cultural e individualidad nacional de todo un continente dentro de un solo grupo.
Una abrumadora mayoría de los países al sur de la frontera estadounidense comparten el mismo idioma, hecho que elimina el fenómeno de la “barrera lingüística”, facilitando la accesibilidad al intercambio cultural a través de la literatura, música o cine –por ejemplo– dando paso a la apreciación de la diversidad, expansión del conocimiento popular y a su vez establece lazos de comunidad a nivel internacional.
Dentro de este entorno, existe el reconocimiento respetuoso de las propiedades y características regionales que identifican cada país o región, tanto similitudes como diferencias.
El pasado mes de agosto, la comunidad de Cleveland realizó su tradicional Desfile Puertorriqueño y los boricuas celebraron su nacionalidad e identidad histórico-cultural. Paralelamente, personas de países caribeños tienen la oportunidad de disfrutar una ambientación familiarmente antillana, y otros –provenientes de lugares más distantes de Puerto Rico– experimentar y aprender sobre este pequeño archipiélago.
La parada puertorriqueña es una iniciativa que nace dentro de la comunidad como un esfuerzo por establecer y resaltar su presencia y personalidad colectiva. Esta noción ejemplifica el contraste con una narrativa que diluye este sentido de identidad.
Y como personas conscientes, comprendemos intrínsecamente la independencia cultural de las nacionalidades que componen la América hispanoparlante.
Desde una perspectiva moderna, el término “hispano” y “latino”, paradójicamente nos une, pero también minimiza la complejidad de nuestra historia y cultura, proyectando una imagen borrosa y errónea de quienes somos.
Como consecuencia, esta dinámica embrutece la percepción de quienes no conocen la realidad sudamericana.
La conceptualización de latinidad como raza tiene un origen eurocentrista. Fue inventado por los franceses en el siglo XIX para vincularse a los territorios de las Américas que hablaban lenguas romances; una determinación que utilizaron como justificación para invadir a México.
Hoy día, irónicamente, si un francocanadiense blanco camina por la calle, nadie lo consideraría de raza latina. Sin embargo, si ven a una persona ixchil de Guatemala, el consenso general asumiría que es “latino” o “hispano”, aunque esa persona no tenga raíces europeas o hable español.
Entonces, confinados al término “hispano” o “latino”, al igual que bajo la nueva tendencia inclusiva latinx, se invisibiliza el aspecto criollo, africano e indígena, centrando al legado de colonizadores europeos como denominador común que define de forma genérica a prácticamente el resto del continente americano.
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*En contraste al monumento a Colón, centrando el legado taíno, esta estatua rinde homenaje a tres indígenas que se rebelaron contra la esclavitud y mataron a un colonizador español llamado Diego Salcedo en 1511. (La Mega Nota/Hugo Marín)