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Catástrofes

“Pasé el huracán Fiona en Aguada, Puerto Rico”

por Hugo Marín (hugo.marin@lamegamedia.com)


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AGUADA, Puerto Rico — Era una tarde común a mediados de septiembre en Puerto Rico, como de costumbre, a las 5 p.m. sintonicé el noticiero televisivo y durante el segmento del tiempo la reportera meteoróloga advirtió sobre un fenómeno atmosférico con alto potencial de desarrollo ciclónico. Formándose al oeste de África con dirección a las Antillas caribeñas, su trayectoria apuntaba directamente hacia la Isla del Encanto. 

Tal como si la Madre Naturaleza estuviera jugando una broma de mal gusto, los pronósticos anticipaban que la tormenta coincidiría con el aniversario del huracán María, que devastó el archipiélago el 20 de septiembre de 2017. 

El Centro Nacional de Huracanes bautizó al sistema climatológico con el nombre de Fiona, la cual impactaría a Puerto Rico como una fuerte tormenta tropical, lo que en definición implicaba lluvias copiosas y vientos, pero de menor intensidad a las de un huracán. 

Durante los días que precedieron su paso, los residentes abarrotaron los supermercados para abastecerse de agua, comestibles no perecederos y otros suministros necesarios para enfrentar lo que se avecinaba. 

Como parte de los preparativos, conscientes de la fragilidad del sistema de distribución eléctrica, también se abastecieron de combustible para utilizar en plantas generadoras de electricidad. 

Muchas personas –algunas debido a razones de salud o porque tenían infantes– dependerían de estas para energizar sus hogares y otras para operar sus negocios.

El día antes de la tormenta, los supermercados estaban vacíos y en las gasolineras se empezaban a ver letreros advirtiendo que ya no tenían combustible. Mientras tanto, las autoridades anunciaban que Fiona se había fortalecido, y que cuando tocara Puerto Rico, lo haría como un huracán de categoría 1. 

El domingo 18 de septiembre, alrededor de las 2 p.m., comencé a sentir los primeros vientos y lluvias de Fiona. 

Soy sobreviviente del huracán María, hecho que detonó ansiedad tras revivir aquel trauma de hace cinco años. A las 4 p.m. perdí la electricidad y unas horas más tarde, también el servicio de agua potable. 

A medida que avanzaba la noche se fue deteriorando el tiempo. Con el miedo y el aburrimiento decidí irme a dormir con la esperanza de que todo hubiese terminado al despertar. No obstante, el lunes en la mañana las lluvias no mermaban.

Cuando todo parecía haberse calmado y me sentí seguro, salí a caminar para verificar que los vecinos estuviesen bien o en caso de que alguien necesitara algún tipo de ayuda. 

Abundaban los árboles caídos y las ramas rotas por doquier, además de que la única entrada/ salida de mi vecindario estaba totalmente bloqueada por un deslizamiento de tierra. 

Junto a unas 20 familias estuvimos atrapados todo el día sin señal telefónica.

Afortunadamente, un vecino al otro lado del derrumbe contactó a otro, quien es dueño de maquinaria pesada y trajo una excavadora para limpiar el área, abriendo el paso justo antes del anochecer. 

Pasé el huracán en el pueblo de Aguada, ubicado en el área noroeste del país, una zona que fue impactada directamente por Fiona. 

A nivel municipal, hubo derrumbes, inundaciones y daños significativos a carreteras y estructuras. Sin embargo, era evidente que la magnitud de Fiona no se comparaba con la devastación casi absoluta provocada por María.  

Con el pasar de los días, los víveres y suministros personales comenzaron a agotarse. Sin electricidad, perdí todo lo que mantenía guardado en el refrigerador. También se me terminó el agua…un elemento tan esencial. 

Los Centros para el Manejo de Emergencias ubicaron dispensarios de agua (conocidos popularmente como oasis) en áreas estratégicas de fácil acceso. La más cercana a mí estaba aproximadamente a dos kilómetros, por lo tanto, era necesario manejar para al llegar allí encontrar filas interminables. 

Tras Fiona, cientos de miles de familias puertorriqueñas carecían de servicio eléctrico y agua potable. La ausencia de estas utilidades dejó inoperantes a la mayoría de las agencias gubernamentales, y a hospitales al borde del colapso, dependiendo completamente de generadores. 

Las plantas utilizadas por hospitales y algunos comercios funcionaban a base de diesel, un combustible del que no quedaba suficiente abasto en la isla y que al momento era de gran necesidad. 

Al enterarse de la situación en Puerto Rico, un buque de British Petroleum llegó inmediatamente a las costas para desembarcar 300,000 barriles de diesel. Sin embargo, debido al estatus colonial de Puerto Rico, la ley federal no permite la admisión de cargamentos provenientes en barcos de bandera extranjera; solo se admiten navíos estadounidenses. 

Ante la emergencia nacional, Puerto Rico tuvo que esperar hasta el 28 de septiembre antes de que el presidente Joe Biden otorgara un permiso especial permitiendo la entrada de este combustible. 

Previo al paso de Fiona, el gobernador Pedro Pierluisi, aseguró al país que el gobierno y todas sus agencias estaban listas para enfrentar al huracán. No obstante, la lenta recuperación ha causado descontento y desespero popular. 

Mientras el consorcio encargado de la distribución eléctrica, LUMA Energy, ofrecía datos sobre áreas donde se restablecía el servicio, personas en esas precisas zonas permanecían a oscuras.

Los reclamos ciudadanos han desembocado en múltiples manifestaciones de protesta regional y comunitarias, además de una investigación legislativa fiscalizando el desempeño de LUMA durante esta emergencia. 

Después de dos semanas y media sin agua o electricidad, el 6 de octubre se restablecieron estos servicios en mi comunidad, pero en las lomas aledañas a mi casa, puedo todavía escuchar las plantas generadoras de energía. 

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