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La vida cotidiana de las mujeres y el cambio climático, combinación de premio

por EFE (editor@lamegamedia.com)


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Quito, 28 may (EFE).- El género y el medioambiente convergen en una narración íntima y cotidiana de combate al cambio climático, que ha llevado a la ecuatoriana Isabela Ponce, 33 años, a hacerse con el Ortega y Gasset de periodismo a la mejor historia o investigación.

Guayaquileña y cofundadora en 2014 del digital GK, con sede en Quito, Ponce explica en entrevista con Efe que aún estaba medio dormida por el intenso trabajo de la toma de posesión del nuevo presidente, Guillermo Lasso, cuando la llamaron el martes desde España, tras ocho perdidas, para leerle el acta de uno de los más prestigiosos premios del periodismo en español.

Su reportaje, "Las mujeres que le ganaron al desierto", junto a la fotógrafa y amiga Ana María Buitrón, publicado un mes antes de que la covid-19 llegara al país en 2020, lo había logrado de la mano de otras cuatro mujeres: Blanca Atre, Adriana Tapia, Daisy Dota, y Mélida Romero, agricultoras en una de las zonas más áridas del país.

"Durante muchos años hice medioambiente, hay una deuda muy grande en periodismo de poder contar historias aterrizadas para que la gente se relacione y entienda de qué estamos hablando", considera esta periodista y máster en Antropología y Medioambiente.

FINANCIACIÓN SOSTENIBLE

La idea original del reportaje partió de la fotógrafa, que había viajado al desierto de Jubones, en el sur de Ecuador, y conocido la experiencia una de las campesinas, pero el proyecto tomó forma gracias a la financiación del Fondo ODS para el Periodismo en América Latina de la Universidad de los Andes (Colombia).

Las instantáneas del trabajo hablan por sí solas, entre las sinuosas montañas áridas, a lo lejos se percibe una serie de parches verdes, esos que han sido ganados a fuerza de trabajo cotidiano.

"Uno va a la reportería con ideas preconcebidas, pero hay veces en que la historia te supera y esto es lo que ocurrió", comenta Ponce al recordar esos siete días de trabajo de sol a sol, del polvo chupado de las carreteras para adentrarse en ese día a día de esas cuatro mujeres, desconocedoras del cambio climático pero que luchan denodadamente contra sus efectos.

Al conocer a una de sus protagonistas, Blanca, con el pelo mojado y peinándose en la puerta de su casa, quedó "fascinada" por su relato acerca de "sus cultivos, de la relación con el esposo, era observar de cerca cosas que sabes que tienen un valor muy grande de contar a nivel simbólico, pero también narrativo: los colores, las texturas, el trabajo de ellas".

La misión era contar las vidas de esas mujeres sin tener que exaltar ninguna característica, pero resaltar su labor de adaptación al cambio climático, en definitiva, adaptarse "para poder sobrevivir, dar de comer, para tener una vida digna y mejor".

Se trata -abunda- de "ese trabajo que ellas hacen por más personas" y del que no son del todo conscientes, que tiene que ver con la labor productiva, pero también "cómo las mujeres estamos insertadas en lo económico, pero no somos tan visibilizadas".

A lo largo de la reportería convertida en estudio de caso antropológico, Ponce reflexionaba en notas de audio, dado que los baches del pedregoso camino le impedían escribir, y tras observar la potencia gráfica de aquellos oasis tejidos por las mujeres en pleno desierto, el fixer le comenta sin saber que le estaba reglando un título, "aquí se ve cómo ellas le ganan al desierto".

"Y dije, este tiene que ser el titular, nunca lo dudé".

EXTENSIÓN NARRATIVA

Su medio, que ha sido reconocido como finalista en varios certámenes, abandera nuevas narrativas a través de diferentes formatos, con la peculiaridad de que incluye textos de gran longitud, algo impensable en tiempos de inmediatez digital.

"Es una apuesta al periodismo narrativo en formato texto de calidad. La historia tenía que ser contada de esa manera, la extensión del texto es lo que necesita, la suficiente, que no le sobren ni le falten cosas", sostiene sobre el reportaje, que debe abarcar unas 5.000 palabras.

Y eso se refleja en una prosa suela, fruto de una labor de inmersión reporteril, que no entiende del corsé del espacio o de conceptos como la economía del lenguaje.

El jurado destacó la "detallada y precisa descripción" del texto, en el que "las cuatro protagonistas, sin conocerse entre ellas y sin formación científica, trabajan pensando en el agua de los demás".

Con tres de estas mujeres la autora pudo hablar y transmitirles lo ocurrido, aunque "no entienden por qué tienes tanto interés en sus vidas".

El objetivo nunca fue el premio, insiste Ponce, sino "hablar del tema del género sin tocar la violencia, y que sea transversal, que no tengas que decir palabras como feminismo, solamente narrando lo que estoy viendo sin adjetivizar".



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