Los puertorriqueños hemos contribuido en todos los renglones y ámbitos de la sociedad estadounidense: construcción, justicia, política y cultura. Blancos, negros, “brauncitos” y hasta rubios jabaos, los boricuas tenemos nuestro origen en Puerto Rico, y para esta edición conmemorando el Mes de la Herencia Hispana, celebramos a nuestra sagrada tierra de Borikén.
Contrario a la creencia popular, Puerto Rico no es una isla, sino un archipiélago y el nombre original es Borinquen o Borikén, de ahí el autodenominado gentilicio “boricua” con el que nos identificamos.
El territorio insular de esta es de apenas 100 millas de largo y 35 de ancho, aproximadamente unos 9 000 km cuadrados.
Nuestra relación con los Estados Unidos no es consensual, está arraigada a una violenta invasión militar en 1898, que aun hoy día nos mantiene subyugados a un sistema de explotación económica dentro de un entorno social y político en el que no tenemos el derecho de tomar decisiones plenas sobre nosotros mismos.
Durante la etapa temprana de la ocupación estadounidense, las autoridades intentaron imponer el idioma inglés como lengua oficial pero los puertorriqueños de la época se rehusaron. Nos hicieron territorio de los Estados Unidos, pero aferrados a nuestras diferencias culturales e insularismo geográfico, mantuvimos una identidad de país.
A pesar de que en términos legales somos “ciudadanos americanos”, entendemos bien que no somos gringos. Todo boricua (penepe, popular y pipiolo) se engrandeció y enarboló su bandera monoestrellada cuando nuestra selección de baloncesto –liderada por Carlos Arroyo– derrotó al “Dream Team” en las Olimpiadas Mundiales de 2004.
Ese fenómeno también lo encontramos en todo evento competitivo a nivel internacional. En Puerto Rico siempre apoyamos a la nuestra en el certamen de Miss Universe, y para las peleas de boxeo por igual. De hecho, mantener la autonomía representativa en deportes y concursos de belleza son aspectos innegociables protegidos por nuestra Constitución.
El triunfo de uno de los nuestros, en lo que sea, significa una victoria colectiva digna de celebración, y en muchas ocasiones hasta de una parada. De la misma forma, sentimos toda desgracia en lo más profundo, y compartimos el dolor con las familias afectadas.
Somos gente de caseríos, urbanizaciones, barriadas, pueblos, arrabales y el campo. Al dólar le llamamos “peso” y a la moneda de 25 centavos le decimos peseta. Por las noches nos gusta escuchar el coquí, por el día nos quejamos de “la calor” y nos vamos “pa’l mall” a ver las tiendas porque tienen aire acondicionado.
Comemos “conflei”, alcapurrias y “Belguel Kin”, tomamos coca-cola, malta y mavi. Salimos de donde los domingos son de chinchorreo y los feriados pa’ la playita. Siempre estamos “en la lucha” y no “nos la dejamos” ni “nos quitamos”. Pedimos la bendición, educación no significa grado académico, y los apellidos no representan nada porque se respeta el carácter y humildad de la persona.
Venimos de un país en el que si hablamos de política terminamos mal, y las tres religiones principales son el catolicismo, pentecostales y el espiritismo.
Compramos la cerveza en la barra pero nos la tomamos en la calle, y puedes discutir con un policía sin que te maten. El voceteo es un deporte, el maleanteo es tema musical y el perreo un baile.
Por una u otra razón nos hemos visto en la obligación de abandonar el 100 x 35, pero no importa el tiempo o la distancia, la bomba y la plena de ese terruño continuará sonando dentro de nuestro ser, porque como dijo Benicio del Toro, “no existe orgullo más grande que el poder decir yo soy de P fkn R”.
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*A pesar de ser parte de los Estados Unidos por 125 años, los puertorriqueños tienen una sólida identidad cultural de la que se sienten muy orgullosos y una bandera que los identifica. (La Mega Nota/Hugo Marín)