Jerusalén, 18 mar (EFE).- Podrá no aparecer entre las primeras opciones para triunfar como futbolista, pero la liga israelí, poco competitiva y de segundo o tercer nivel, es un destino tentador para jugadores latinoamericanos de origen judío, que encuentran en este país no solo una diferencia económica sino también un sentido de pertenencia.
Del Flamengo al Maccabi Tel Aviv, de la cantera de Boca Juniors al Hapoel Kiryat Shmoná y de jugar Copa Libertadores a pelear por no descender a la segunda división israelí. Trayectorias tal vez impensadas en lo profesional pero que adquieren sentido cuando se considera un factor adicional: la identidad.
"Tenía opciones concretas de emigrar a equipos de Sudamérica y de Europa, pero venir a Israel representaba muchas otras cuestiones y me llamaba más que cualquier otro lugar del mundo", relata a Efe Marco Wolff, hoy portero suplente del Maccabi Petach Tikva, tras vestir la camiseta del Club Atlético Tigre de Argentina en la Copa Libertadores 2020.
"La posibilidad de vivir en Israel, el corazón de todos los judíos del mundo, el hogar lejano que nos une, me llamaba mucho la atención", agrega este joven de 25 años, que decidió abandonar la Argentina por la crisis económica y la devaluación de la moneda para desembarcar en Israel con un salario muy superior que incluye también casa y coche.
EL ACCESO A LA NACIONALIDAD, LA GRAN VENTAJA
El caso de Wolff es similar al de otros latinos judíos que juegan o han jugado en el fútbol israelí, donde cuentan con la enorme ventaja de no ocupar cupo de extranjeros ya que pueden optar por la ciudadanía en base a la denominada Ley del Retorno.
Es por eso que los equipos israelíes siguen de cerca el desarrollo de jugadores judíos en distintas ligas del mundo a través, por ejemplo, de agentes radicados en Israel y con lazos en las comunidades de sus países o regiones de origen.
Uno de ellos es Ricardo Kanterevich, que aterrizó en Israel desde Argentina en 1976 y ha facilitado la llegada de incontables deportistas latinos a la tierra prometida.
"Acá se los quiere mucho y se los aprecia porque desde el momento que son olim (judíos nacionalizados) los tratan de ayudar siempre", explica Kanterevich, que se dice motivado por el sionismo y que enfatiza el diferencial que implica para estos jugadores los beneficios económicos que reciben por nacionalizarse y la posibilidad de permanecer en el país terminado su contrato.
Precisamente, el no contar con esta posibilidad fue el motivo por el cual Pedro Galván, delantero argentino y máximo goleador extranjero en la historia de la liga israelí, fue deportado a mediados de 2019 tras 10 años en el país, donde nacieron sus cuatro hijas. "¿Por qué nos deportan? ¿Por qué soy diferente a los demás?", señaló en su momento el futbolista, que no tiene raíces judías y no consiguió extender su visado tras terminar su contrato con el Hapoel Tel Aviv.
UNA OPORTUNIDAD PROFESIONAL
Si de éxito profesional se trata, sin embargo, el caso más saliente es tal vez el del portero brasileño Daniel Tenenbaum, que, falto de minutos en el Flamengo de su país, emigró en 2016 al Maccabi Tel Aviv.
Desde entonces, ha obtenido ocho títulos locales con el equipo y, tras romper en 2020 el récord de minutos sin conceder goles en la historia de Israel (13 partidos), firmó un nuevo contrato en julio de 2021 con un salario superior a los 200.000 dólares anuales.
Como todos los judíos que se nacionalizan israelíes antes de los 22 años, Tenenbaum tuvo que realizar el servicio militar obligatorio en paralelo con sus entrenamientos con el club de Tel Aviv, una experiencia que describió como "la oportunidad de devolver algo al país".
Con este club, este portero tuvo también la posibilidad de jugar competiciones internacionales, incluida la Europa League 2020-2021, donde se lució en un empate 1-1 ante el Villarreal que luego se coronaría campeón.
Este es otro de los alicientes con los que cuentan estos futbolistas, que no solo pueden acceder a competiciones europeas sino también al seleccionado israelí, que se enfrenta año a año con algunas de las principales potencias de Europa.
Otro de los que aprovechó esta oportunidad fue el centrodelantero argentino Eial Strahman, que pasó del segundo equipo de River Plate a las filas del Maccabi Haifa que compartió grupo de Champions League con Juventus y Bayern Munich en 2010, antes de ser convocado al seleccionado sub-21 de Israel.
Hoy, a sus 32 años y tras un largo periplo por clubes de Argentina, México, Ecuador y España, juega en el Hapoel Bikat HaYarden, de la tercera división israelí.
"Yo ahora vine a buscar establecerme en el país, porque quiero vivir acá", reconoce en diálogo con Efe, terminado un entrenamiento en el Kibutz Enat marcado por la informalidad, la escasez de equipamiento e infraestructura y el mal estado del campo.
Allí comparte equipo con su compatriota Martín Kuznieka, que en 2015 pasó de las categorías inferiores de Boca Juniors al Hapoel Kiryat Shmoná y que es uno de los varios casos de jugadores judíos que vieron en la liga israelí, menas competitiva que las sudamericanas, la oportunidad de vivir del fútbol y jugar profesionalmente.
Kuznieka y Strahman comparten también un grupo de amigos argentinos con quienes viven y comparten las festividades judías en Tel Aviv, a pasos de las playas del Mediterráneo y donde dicen disfrutan del día a día más allá del fútbol, que ponen en un segundo plano.
EL CONFLICTO, OTRO FACTOR DE PESO
Consultados por la diferencia de su experiencia en Israel respecto a la de la gran cantidad de futbolistas extranjeros no judíos radicados en el país, los jugadores no dudan: la percepción del conflicto.
Durante la sangrienta escalada bélica de 11 días entre Israel y las milicias palestinas de Gaza en mayo de 2021, Strahman se convirtió en una de las caras de la comunidad latina en el país hacia el exterior, brindando su perspectiva personal y mostrándose siempre calmo.
"Hay mucha ignorancia y lo que llega (al exterior) no suele ser lo más lindo, entonces claro que es diferente. Nosotros como judíos venimos con otro conocimiento, sabiendo a dónde venimos", señala.
Wolff coincide y destaca que el haber crecido en la comunidad judía de Buenos Aires, donde aprendió hebreo y se familiarizó con la situación política en Israel, le permite vivir el conflicto desde una posición diferente a la de otros extranjeros, que dice se asustan con más facilidad.
Lejos de los estereotipos instalados, el exportero de Tigre destaca que en su nuevo país "se vive con mucha más tranquilidad, con seguridad en la calle, seguridad jurídica y seguridad financiera" y, aunque reconoce que atravesó un choque cultural al llegar, revela que ya se siente israelí y que se imagina quedándose en el país por muchos años más.
Pablo Duer