Bordentown (EE.UU.), 3 mar (EFE).- José I de España encontró en la localidad de Bordentown (EE.UU.) un solaz refugio para su forzado exilio, después de que su hermano menor Napoleón Bonaparte cayera derrotado en la batalla de Waterloo (1815).
Pero sobre todo, conquistó el amor de un pueblo, una pasión que perdura hasta hoy, algo que jamás consiguió en los malogrados años en los que intentó imponer su corona a los españoles.
En un altozano donde el río Crosswicks Creek se rinde a la corriente del Delaware y que ofrece unas bucólicas vistas fluviales, inmortalizadas por paisajistas de la época, José I levantó su suntuosa mansión, que llegó a contener la mayor biblioteca del todavía balbuceante Estados Unidos, como sostiene a Efe Peter Tucci, que desde hace 25 años estudia la presencia de José I en Nueva Jersey.
"Tenía la mayor librería del país con 8.000 volúmenes y, además, trajo a Estados Unidos la cultura europea", explica a Efe Tucci.
Entre esa cultura se encontraba también una exquisita colección de más de 200 lienzos de maestros españoles, italianos y, sobre todo, franceses, así como esculturas y objetos decorativos que mostraba sin recelo a sus invitados y, que en ocasiones, prestó a la Escuela de Bellas Artes de Filadelfia para su estudio.
EL SAQUEO DE LOS TESOROS DE ESPAÑA
Mientras Tucci explica sobre el terreno, todavía cubierto en partes por la última nevada, la arquitectura de la ya desaparecida mansión de José I, cuenta cómo gran parte de las propiedades que adquirió fueron sufragadas con la venta de las joyas de la corona española, que ocupó entre 1808 y 1813.
En su mansión colgaron cuadros de Tiziano, como Tarquinio y Lucrecia, encargado por el español Felipe II, o la Magdalena, que antes de cruzar el Atlántico decoraba las estancias del Escorial (en Madrid), así como una de las cinco versiones del retrato de Napoleón cruzando los Alpes, ejecutado por Jacques-Louis David a petición de Carlos IV.
Una de las más famosas joyas que José I logró sacar de España fue "la Peregrina", una perla que el monarca Felipe II regaló a María I Tudor y que en 1969 acabaría luciendo en el cuello de la actriz Elizabeth Taylor, después de que su marido, Richard Burton, la adquiriera en una subasta.
UNA MANSIÓN CON ECOS PALACIEGOS
Tucci, con la ayuda de Steven Lederman, copresidente de la Sociedad Histórica de Bordentown, y varias fotografías, cuadros y mapas de la época, se esmera en mostrar la ubicación de la primera casa de José I inspirada en el palacio de Mortefontaine, que el exmonarca había adquirido en Francia en 1798.
La estratégica ubicación de Bordentown, entre Filadelfia y Nueva York, fue sin duda uno de los principales motivos que llevaron al conde de Survilliers a establecerse y permanecer allí entre 1816 y 1832 y entre 1837 y 1839, cuando regresó definitivamente a Europa, donde fallecería cinco años después.
El pequeño grupo de bonapartistas recorre los caminos que unían zonas boscosas, jardines y belvederes en las distintas partes de la propiedad y se acerca a un puente de ladrillo de la época, una de las dos edificaciones, junto a la casa del jardinero, que todavía queda en pie.
Los restos del lago artificial, para el que José I importó cisnes desde Europa, la casa del lago, donde se alojaron sus hijas Charlotte y Zenaide, y la nueva mansión que levantó sobre el antiguo establo cuando su primer hogar fue pasto de las llamas en un incendio ocurrido en 1820, son solo recuerdos que resucitan en las imágenes que muestra Tucci.
Durante un paseo por los senderos recién desbrozados también se observan unas escaleras intactas que descienden al lago y varias entradas de túneles, que conectaban las viviendas entre ellas y con el río, un importante medio de transporte en la época.
Túneles que han sido origen de historias locales que se imaginan al exmonarca español ocultando amantes o preparándose para escapar ante un inminente peligro.
Lo cierto es que José I disfrutó de una plena vida social y entre los visitantes a su propiedad destacan John Quincy Adams (1825-1829), que llegaría a ocupar la presidencia del país, los políticos Henry Clay y Daniel Webster o Stephen Girard, un banquero francés de Filadelfia considerado el hombre más rico de la época en Estados Unidos.
LOS TERRENOS SERÁN PÚBLICOS
Ahora, este terreno privilegiado ha sido adquirido por el estado de Nueva Jersey, la localidad de Bordentown y la asociación D&R Greenway, que lideró la compra de la propiedad, no solo por haber albergado a José I, sino por ser una zona habitada por tribus nativas y ser un importante enclave natural.
"Lo que se ve son nuestros humedales que ecológicamente son muy importantes para las aves que migran por el río Delaware", cuenta la directora ejecutiva de D&R Greenway, Linda Mead, que lleva 25 años luchando por preservar esta zona, que ahora se convertirá en un espacio protegido y abierto al público.
Se repararán los caminos, se explicarán las construcciones desaparecidas y en el único edificio de la época que ha resistido el paso del tiempo, la humilde casa del jardinero, se abrirá un museo y centro de interpretación.
Orgullosa y consciente de que su iniciativa ha salvado estos terrenos de caer en manos de desarrolladores urbanísticos, Mead, cuya ONG se encargará de la gestión de este edificio, asegura que en primavera podría inaugurarse para albergar las primeras charlas y exposiciones.
De momento, la Sociedad Histórica ya ha trasladado allí parte de sus fondos entre los que, como señala Lederman, se encuentran dos sofás estilo imperio provenientes del palacete de Bonaparte.
Una mansión cuyos objetos más valiosos fueron salvados de las llamas en 1820 por sus vecinos, lo que para Mead, Tucci y Lederman es una clara muestra de la "muy buena relación" entre el conde de Survilliers y el pueblo de Bordentown, la relación que "Pepe Botella" nunca logró en España.